Un minuto con Dios

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Tú no puedes prescindir de nadie y nadie puede prescindir de ti; tú estás para todos y todos están para ti; nadie puede sufrir sin que tú sufras; nadie puede ser feliz sin que tú sientas alegría.

Piensa lo que serías tú si nadie te hiciera bien; y luego piensa lo que serían los demás si tú no les haces bien.

Hay una intercomunicación entre todos los hom­bres: nadie puede prescindir de nadie, nadie es molé­cula aislada, todos somos, más bien, miembros de un mismo Cuerpo.

Y un miembro debe vivir con y para los otros miem­bros; no vivir “con” los otros miembros es secarse, con­denarse a la muerte; no vivir “para” los otros miembros es ser parásito, es vivir “de” ellos, sin devolverles algo al menos de lo que de ellos recibimos; es ser egoísta, y tú no puedes permitirte descender tan bajo.

“No imites lo malo, sino lo bueno; el que obra el bien, es de Dios; el que obra el mal, no ha visto a Dios” (II Juan, 1, 11).

Haciendo el bien no solamente lo hacemos para nosotros, sino también para los demás; y haciendo el bien a los demás nos lo hacemos también a nosotros.

    “Me voy con paz en el alma,
    me voy con la gracia en mi.”

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