Un cambio perdurable

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Dar el paso en las calles a los demás automovilistas y a los peatones, ceder un asiento, conceder a los demás escucha y atención, ser amables, ser compren­sivos, ser respetuosos, ser sensibles ante las necesidades ajenas, tener sentido común, dar lo mejor de nosotros en lo que hacemos, es parte de un cambio que no necesita de años y años para ver su efecto, que no requiere líderes ni dinero, que no necesita direcciones ni adscripciones. De hecho, en el momento en que se lleva a cabo es que se comienza a transformar todo.

Es el cambio instantáneo que genera una sociedad de individuos más despiertos, maduros y conscientes. Es el cambio más real y duradero que hay. Si tan sólo por un instante imagináramos que los demás son parte de nuestra familia, o aun más, parte de nuestro propio ser, ¿actuaríamos igual? Por qué no ofrecer este mismo trato a los otros. Todo es un efecto en cadena y tarde o temprano viviremos ese efecto, porque estamos mucho más conectados de lo que podríamos pensar. En efecto, es mucho más probable que los demás y nosotros seamos parte de un mismo ser o de un mismo cuerpo, que la visión de separación del resto que hemos mantenido durante cientos de años.

¿Qué pasaría si por un momento contempláramos a la creación en todas sus manifestaciones: plantas, minerales, animales y seres humanos, como si verdaderamente al verlos estuviéramos contemplando a Dios o a la inteligencia divina o como le llamemos? ¿No resulta conmovedor pensar en que si optamos por el amor en lugar del odio, por el abrazo en lugar del golpe, por el cuidado en lugar de la violencia, estamos realmente amando a la creación? Al menos nos podría hacer cambiar de actitud y de actos.

En cualquier instante podemos decidirnos a tener una comprensión diferente de las cosas y es justo en ese momento que generamos este cambio que estamos esperando ver venir desde fuera, pero que en realidad se da desde dentro de cada uno y nace en nuestra conciencia. Hay una vieja máxima que lo sintetiza con precisión: haz con los otros lo que quieras que otros hagan contigo y no hagas lo que no quieras recibir. Tan sencillo, pero tan poderoso.

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