Un minuto con Dios

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¿Has pensado alguna vez en la maravilla, que son tus ojos?

En ellos cabe todo el universo, con ellos abarcas la inmensidad, pues puedes posarlos en la florcilla que crece a tu paso; y en las estrellas que vol­tean sobre tu cabeza.

En esa florcilla, lo mismo que en esas estrellas, en las nubes arreboladas, lo mismo que en las mon­tañas cubiertas con el turbante de la nieve bruñida, debes contemplar la grandeza de Dios, que pudo hacer la violeta humilde e insignificante y la montaña ma­jestuosa.

Cada lucero en la noche es como una balada de amor, que se asoma al ventanal de la creación.

Cada estrella es una firma divina, sobre el pergamino del cielo.

Es bueno que nos acostumbremos a saber leer las firmas de Dios en todo lo que nos rodea; al fin, Dios lo escribió para nosotros.

“Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre al Espíritu Santo prometido, y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos, 2, 33).

También en ti derramará Dios su Espíritu, si es que sabes dispo­nerte con verdadera humildad; y con el Espíritu de Dios podrás hacer y decir cosas que nunca soñaste.

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