Un minuto con Dios
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La vida se desarrolla en una continua tensión entre el “ahora” y el “después”.
Hay entre ambos una relación de dependencia muy íntima; el después depende del ahora.
A un ahora lento, inactivo, cerrado, sin luz, habrá de corresponder necesariamente un después de tinieblas, de desilusión, de fracasos, de ostracismo.
En cambio, al ahora entregado, al ahora sacrificado en aras de los demás y de la propia perfección, sucederá infaliblemente el después gozoso, satisfecho, feliz y pleno.
En resumidas cuentas, el después no se construye, sino con los ahoras de cada momento y será imposible pretender un futuro después feliz y satisfecho, si los ahoras de cada momento no se realizan con toda plenitud de vida, con todo entusiasmo de acción, con toda la entrega de un amor verdadero y pleno.
Mañana será el proyecto de pasado mañana y así sucesivamente.
“Ten piedad de nosotros, Dios, dueño de todas las cosas; mira y siembra tu temor sobre todas las naciones… Da su recompensa a los que te aguardan… Escucha la súplica de los que te imploran y todos los de la tierra reconozcan que Tú eres el Señor, el Dios, eterno” (Ecli, 36, 1-17).
Pero Dios tiene determinado hacer todo eso por ti; tú serás su instrumento consciente y libre y, por eso, meritorio.
Hay entre ambos una relación de dependencia muy íntima; el después depende del ahora.
A un ahora lento, inactivo, cerrado, sin luz, habrá de corresponder necesariamente un después de tinieblas, de desilusión, de fracasos, de ostracismo.
En cambio, al ahora entregado, al ahora sacrificado en aras de los demás y de la propia perfección, sucederá infaliblemente el después gozoso, satisfecho, feliz y pleno.
En resumidas cuentas, el después no se construye, sino con los ahoras de cada momento y será imposible pretender un futuro después feliz y satisfecho, si los ahoras de cada momento no se realizan con toda plenitud de vida, con todo entusiasmo de acción, con toda la entrega de un amor verdadero y pleno.
Mañana será el proyecto de pasado mañana y así sucesivamente.
“Ten piedad de nosotros, Dios, dueño de todas las cosas; mira y siembra tu temor sobre todas las naciones… Da su recompensa a los que te aguardan… Escucha la súplica de los que te imploran y todos los de la tierra reconozcan que Tú eres el Señor, el Dios, eterno” (Ecli, 36, 1-17).
Pero Dios tiene determinado hacer todo eso por ti; tú serás su instrumento consciente y libre y, por eso, meritorio.
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