Un minuto con Dios

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¿Te has fijado en los árboles que bordean los caminos? En los días calurosos del verano, cuando el sol aprieta fuertemente, todos buscan la sombra protectora de los árboles y caminan bajo ella protegiéndose del calor.

Los árboles se exponen ellos a los vientos, a la lluvia, al sol; y, en cambio, brindan sombra, frescor, protección.

Tu vida tiene que ser como los árboles: en ella tienen derecho a cobijarse cuantos de una u otra forma necesitan de ti, de tu comprensión, de tu compañía, de tu alivio, de tu ayuda; tú deberás exponerte al sufrimiento, para que los demás no sufran; recibirás el ardor del trabajo, para que los demás descansen; traspirarás con ansiedad, para que los demás descansen al amparo de tu protección.

En una palabra: sufrirás tú, para que los otros no sufran. Y ésa será tu mayor alegría y tu mayor motivo de orgullo: ser útil a los demás, ofrendarte por los demás, desvivirte por los demás.

“Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero, ¡ay del solo que cae, que no tiene quien lo levante!” (Ecle, 4, 9-10).

De ahí la necesidad de que no te apartes de tus hermanos, de que tu reunión del grupo con ellos sea la que deba mantenerte al lado de ellos y, por medio de ellos, al lado del Señor.

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