Un minuto con Dios

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“Felices los misericordiosos, porque obtendrán mise­ricordia”.

La misericordia es fruto de un corazón tier­no y compasivo, que sabe sufrir con los que sufren y llorar con los que lloran y afligirse con los que tienen alguna pena.

Ser misericordioso es volcar un poco de dulzura en el corazón amargado, derramar algo de bálsamo en el ánimo abatido y comunicarle nuevas fuerzas, para ir repechando el camino del deber.

Ser misericordioso es consolar al triste, acompañar al que se halla en soledad, dejar que el prójimo vuel­que en nosotros sus preocupaciones, que se desahogue de sus aflicciones y opresiones.

Los misericordiosos obtendrán también ellos miseri­cordia, encontrarán corazones que los comprendan; cuando para ellos les llegue la hora del dolor, hallarán quien les suavice su pena, quien comparta su amargura; y como ellos supieron aliviar la pena de los de­más, los demás aliviarán la pena de ellos.

“El que retira la compasión al prójimo, abandona el temor de Dios” (Job, 6, 14).

“¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, como yo me compadecí de tu” (Mt, 18, 33).

Es la mejor forma de conseguir que Dios nos perdone: perdonando.

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